La poeta se entristece con el grito del amor porque apenas sabe nada del pensamiento, cuando los enamorados se integran en el ser como tal ser. Para la amada inmóvil ha llegado un llameante amanecer que cubre los restos de las vibraciones lejanas, vivo todavía el sueño renovado. Amenaza impasible la nada mientras el amor recorre jardines subterráneos, el corazón mudo ante el rumor de la tierra que un día nos unirá a todos.

En el candor uranio donde el tiempo resbala, ella es la diosa invocada por la tersura de la piedra. Él llega desde el aire a su piel que está en agonía. La noche susurra ya en los arbustos. Acuden las centellas a su pecho. Es el aliento del amor entre la nada y la muerte.

En el último medio siglo, Clara Janés se ha mantenido como nombre destacado en la república de las Letras. Su nuevo libro, Del imposible adiós (Pre-Textos) vibra de nostalgia y esperanza, olor a incienso en la oscura noche del alma. Allí donde se pierde el mar y se refugia el sentimiento, la poeta llega hasta el fondo del sepulcro, se abraza a los despojos y deja su cuidado entre las azucenas olvidado.

Antes que el no ser siendo se imponga y la domine el grito de Ángela de Foligno, la santa franciscana, vive ya por encima del bien y del mal, más allá de la muerte, el aliento acaso rodeado por la nada de José Hierro, que más nada será después de todo, después de tanto todo para nada.

Se ahonda entonces en la poeta, el conceptismo, el verso del temor y el temblor de Soren Kierkegaard, la poesía del pensamiento profundo. Clara Janés no quiere que los sentidos descuarticen su razón, aspira a que en el lago del amor los lances superen el espacio y el tiempo y que todo cristalice en la blancura de la nada.

Clara Janés se resiste al adiós y se abandona "hasta su nada, hasta la nada por mi nada cortejada"

Escarcha en ascuas, el silencio interminable no puede con el afán de la poeta que agota tal vez los últimos instantes de la vida. Y por eso, el amor vencido por el celo desciende hasta el fondo del alma, yerta ya la cáscara del cuerpo, imán que se desintegra en el clamor disperso de la vida.

Como la poesía es, según Novalis, el arte del pensamiento psíquico, Clara Janés se resiste al adiós y se abandona "hasta su nada, hasta la nada por mi nada cortejada". "Nos nutrimos de muerte, no de sombras", dice, porque el amado lejano y solo da aliento a su vida desde el Hades. Se enhebran los versos de Clara Janés, como los del poeta místico tan sagazmente estudiado por Víctor García de la Concha, y enciende la llama de amor viva en el imposible adiós porque matando muerte en vida la has trocado.

No le importa a la poeta que se rompan todas las simetrías ni que se desquicien las órbitas porque ahora conoce el enigma de sus labios, pura fuga sin límites, flecha que cruza el corazón y que la "unifica con el infinito, lazo de oro, apertura al no ser y a la muerte por desbordado arrobo".

Vencida a los pies del amor intenso, la poeta se adentra entonces, como Juan de la Cruz, en la noche oscura del alma, en el infinito anhelo, estando ya su casa sosegada, "para seguir amándote sin ser notada ni descubierta por la luz". Y resume su nuevo libro Clara Janés con este verso liminar y exacto: "Nada está por encima del amor"